Oficio de Lecturas
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
INVITATORIO
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Hijo de María Virgen.
Salmo 99
ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria (S. Atanasio).
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Hijo de María Virgen.
HIMNO
Lucero de la mañana,
norte que muestra el camino,
cuando turba de continuo
nuestro mar la tramontana.
Quien tanta grandeza explica
sin alas puede volar,
porque no podrá alabar
a la que es más santa y rica.
Sois pastora de tal suerte,
que aseguráis los rebaños
de mortandades y daños,
dando al lobo cruda muerte.
Dais vida a quien se os aplica,
y en los cielos y en la tierra
libráis las almas de guerra,
como poderosa y rica.
Si vuestro ejemplo tomasen
las pastoras y pastores,
yo fío que de dolores
para siempre se librasen.
Tanto Dios se os comunica,
que sin fin os alabamos,
y más cuando os contemplamos
en el mundo la más rica. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.
Salmo 88, 39-53
LAMENTACIÓN POR LA CAÍDA DE LA CASA DE DAVID
Ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David (Lc 1, 69).
Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;
has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;
has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;
has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.
Ant. Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.
Ant. 2. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.
¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.
¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?
Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.
Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.
Ant. Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana.
Ant. 3. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.
Salmo 89
BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR
Para el Señor un día es como mil años, y mil años corno un día (2 Pe 3, 8).
Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: "retornad, hijos de Adán".
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.
Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Ant. Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.
VERSÍCULOS
V. En ti, Señor, está la fuente viva.
R. Y tu luz nos hace ver la luz.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 37, 21-35
VATICINIOS CONTRA EL REY DE LOS ASIRIOS
En aquellos días, Isaías, hijo de Amós, mandó decir a Ezequías: «Así dice el Señor, Dios de Israel: He oído lo que me pides acerca de Senaquerib, rey de Asiria: Ésta es la palabra que el Señor pronuncia contra él: "Te desprecia y hace burla de ti la virgen hija de Sión: menea la cabeza a tu espalda la ciudad de Jerusalén. ¿A quién has ultrajado e insultado, contra quién has alzado la voz y levantado tus ojos altaneros? ¡Contra el Santo de Israel! Por medio de tus criados has ultrajado al Señor, y dices: Con mis numerosos carros yo he subido a las cimas de los montes, a las cumbres del Líbano; he talado sus cedros altísimos y sus mejores cipreses; llegué hasta la última cumbre y entré hasta lo más dentro de su bosque. Yo alumbré y bebí aguas extranjeras; sequé bajo la planta de mis pies todos los canales de Egipto. ¿No lo has oído desde antiguo lo tengo planeado, en tiempos remotos lo preparé, y ahora lo realizo: por eso tú reduces las plazas fuertes a montones de escombros. Sus habitantes, faltos de fuerza con la vergüenza de la derrota, fueron como plantas del campo, como hierba verde de los prados, como grama de las azoteas, como pasto quemado antes de crecer. Conozco cuando te sientas y te levantas, cuando entras y sales. Por haberte envalentonado contra mí, pues tu arrogancia ha subido a mis oídos, voy a ponerte mi argolla en tu nariz y mi freno en tu boca; y te haré volver por el camino por donde has venido." Esto servirá de señal: Este año comeréis el grano abandonado; el año que viene, lo que brote sin sembrar; el año tercero sembraréis y segaréis, plantaréis viñas y comeréis frutos. De nuevo el resto de la casa de Judá que sobreviva echará raíces en tierra y dará fruto en sus ramas: pues de Jerusalén saldrá un resto, y un grupo de supervivientes, del monte Sión: el celo del Señor de los ejércitos lo cumplirá. Por eso, así dice el Señor acerca del rey de Asiria: "No entrará en esta ciudad, no disparará contra ella sus flechas, no se acercará con escudo ni levantará contra ella empalizada: por el camino por donde vino se volverá, no entrará en esta ciudad —oráculo del Señor—. Yo escudaré a esta ciudad para salvarla, por mi honor y, el de David, mi siervo."»
RESPONSORIO Is 52, 9-10
V. El Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén;
R. Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
V. El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones.
R. Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
SEGUNDA LECTURA
De los sermones de san Bernardo, abad
(Sermón sobre el acueducto: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 282-283)
CONVIENE MEDITAR LOS MISTERIOS DE SALVACIÓN
El Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. ¡La fuente de la sabiduría, la Palabra del Padre en las alturas! Esta Palabra, por tu mediación, Virgen santa, se hará carne, de manera que el mismo que afirma: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí podrá afirmar igualmente: Yo salí de Dios, y aquí estoy.
En el principio —dice el Evangelio— ya existía la Palabra. Manaba ya la fuente, pero hasta entonces sólo dentro de sí misma. Y continúa el texto sagrado: Y la Palabra estaba junto a Dios, es decir, morando en la luz inaccesible; y el Señor decía desde el principio: Mis designios son de paz y no de aflicción. Pero tus designios están escondidos en ti, y nosotros no los conocemos; porque, ¿quién había penetrado la mente del Señor?, o ¿quién había sido su consejero? Pero llegó el momento en que estos designios de paz se convirtieron en obra de paz: La Palabra se hizo carne y ha acampado ya entre nosotros; ha acampado, ciertamente, por la fe en nuestros corazones, ha acampado en nuestra memoria, ha acampado en nuestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación. En efecto, ¿qué idea de Dios hubiera podido antes formarse el hombre, que no fuese un ídolo fabricado por su corazón? Era incomprensible e inaccesible, invisible y superior a todo pensamiento humano; pero ahora ha querido ser comprendido, visto, accesible a nuestra inteligencia. ¿De qué modo?, te preguntarás. Pues yaciendo en un pesebre, reposando en el regazo virginal, predicando en la montaña, pasando la noche en oración; o bien pendiente de la cruz, en la lividez de la muerte, libre entre los muertos y dominando sobre el poder de la muerte, como también resucitando al tercer día y mostrando a los apóstoles la marca de los clavos, como signo de victoria, y subiendo finalmente, ante la mirada de ellos, hasta lo más íntimo de los cielos. ¿Hay algo de esto que no sea objeto de una verdadera, piadosa y santa meditación? Cuando medito en cualquiera de estas cosas, mi pensamiento va hasta Dios y, a través de todas ellas, llego hasta mi Dios. A esta meditación la llamo sabiduría, y para mí la prudencia consiste en ir saboreando en la memoria la dulzura que la vara sacerdotal infundió tan abundantemente en estos frutos, dulzura de la que María disfruta con toda plenitud en el cielo y la derrama abundantemente sobre nosotros.
RESPONSORIO Lc 1, 42. 28
V. No hay nadie semejante a ti, Virgen María, entre las hijas de Jerusalén: tú eres la madre del Rey de los reyes, tú la señora de los ángeles, tú la reina de los cielos.
R. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
V. Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
R. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
ORACIÓN
Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz, y con la intercesión de la Virgen María, a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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